“Puedo ver los números”, dice Colin (Will Poulter) con la mirada clavada en un vidrio. Detrás de ese ventanal se dibuja una ciudad. Colin intenta explicarle a Stefan (Fionn Whitehead) que esto que llamamos existencia no es más que una progresión algorítmica, un camino que se bifurca una y otra vez, un perro que se muerde la cola. Que no tomamos decisiones, simplemente formamos parte de una matrix decidida a hacernos creer lo contrario. Colin lleva a Stefan al balcón y le propone tirarse. “No pasa nada, vas a ver que se vuelve”, le dice. Sí, como las vidas de un videojuego, regeneradas hasta el infinito con la esperanza de encontrar un desenlace. “Pero no hay final -apunta Colin-. Creés que saliste del laberinto pero lo que hiciste es llegar a la entrada del otro lado”.
Si Netflix pretendía llamar la atención con su especial de “Black Mirror” de fin de año ganó la partida por múltiples motivos. Para empezar, por la polarización de las críticas generada por la película-capítulo. “Soporífera”, la definió Brian Lowry en CNN.com. “Aburrida”, añadió Linda Holmes en NPR. “Inteligente”, escribió Lorraine Ali en Los Angeles Times. “Te quita el aliento”, ponderó Stuart Heritage en The Guardian. Esa grieta es un activo del que “Bandersnatch” hace gala. Podrá gustar o no, pero a nadie le resultará indiferente.
El truco, el fantasma en la máquina de “Bandersnatch”, es la experiencia interactiva. A medida que transcurre la historia en la pantalla van desplegándose distintas opciones y el espectador toma las decisiones. Cada clic determina el rumbo de los acontecimientos, desde el más inocente del inicio (la marca de cereales que comerá el protagonista) a los más dramáticos (matar o no a un personaje). Hay varios finales posibles y multitud de variables: la duración promedio de “Bandersnatch” es de 90 minutos, pero el material disponible supera las cuatro horas.
Primeros síntomas
La experiencia interactiva, explorada por la literatura en propuestas tan disímiles como “Rayuela” y “Elige tu propia historia”, forma parte de un cambio cultural: la transformación definitiva del espectador en usuario. Si este es el futuro de la televisión nadie lo sabe. Netflix explora y obra a partir de la conducta de sus millones de suscriptores. En eso tiene razón “Bandersnatch”: serán los algoritmos los que determinarán si habrá más películas de esta clase o si el experimento dormirá en el laboratorio. Que haya dividido aguas con tanta nitidez entre los críticos es todo un síntoma. A algunos la experiencia les resultó fascinante; a otros, frustrante.
Lo que define al modelo interactivo es que se trata de una aventura solitaria. No funciona en grupo porque son pocos los segundos disponibles para el clic, así que no hay modo de debatir cuál es la opción conveniente. Ni hablemos del cine. “Bandersnatch” es un contrato de a dos: el usuario y la pantalla. Para Netflix es ganancia pura, porque desmaleza el streaming y deja a su cliente en estado puro, sin interferencias sospechosas. Sabrá, con más precisión aún, qué contenidos proporcionarle.
Un dato nada menor
Pero hay un ruido en todo esto y Netflix ya tomó nota. Desde el estreno mundial del viernes, las conversaciones sobre “Bandersnatch” giran sobre la experiencia interactiva mucho más que en torno a la historia que cuenta la película. En el mundo de la publicidad, si un aviso brilla por su ingenio pero el consumidor no retiene la marca es un fracaso. Si de “Bandersnatch” todos -o la mayoría- recuerdan la forma, pero no el fondo, algo anda mal.
El éxito de “Black Mirror” no radica sólo en la vigencia de sus inquietantes planteos distópicos. Todo lo malo que -tememos- la tecnología puede producir en nuestras vidas hace a la esencia de la serie creada por Charlie Brooker. Incluso el “final feliz” del más aclamado de sus capítulos, “San Junipero”, no deja de provocar escozor. Pero “Black Mirror” aborda cada uno de sus planteos sin olvidar su razón de ser: la televisión de calidad. Son buenas historias, bien narradas, con buenos actores.
En ese sentido, el cine y la TV son como el periodismo. El soporte podrá ser un diario de papel o la más rupturista de las plataformas digitales, pero el oficio sigue tratándose de informar contando lo que pasa.
Acción
“Bandersnatch” está ambientada en los 80 y el título hace referencia a una novela fantástica de culto. En ella se basa Stefan para programar un videojuego que promete revolucionar una industria por entonces incipiente. Es en ese ambiente donde conoce a Colin, todo un experto en el tema. Stefan está cruzado por un trauma infantil (se culpa de la trágica muerte de su madre) y sólo habla del caso con su analista (Alice Lowe). La convivencia de Stefan con su padre (Craig Parkinson) flota entre la tensión y la apatía.
El devenir de Stefan quedará determinado por esas decisiones que el usuario va indicando. En algunos casos son callejones sin salida y Stefan se resetea, como Bill Murray en “Hechizo en el tiempo”, dotado de cierta información que le confiere la ilusión de que puede torcer su destino. Será hasta la próxima bifurcación, cuando se dé cuenta de que siempre el sendero emprendido puede resultar peor.
Hay un momento en el que Stefan, finalmente, se da cuenta de que hay alguien tirando de los hilos. ¿Quién está controlándome?, se pregunta buscando una respuesta en el techo. En su pantalla se dibuja un nombre: Netflix. ¿Qué es Netflix? El usuario tiene la libertad de explicárselo. O no. Los vericuetos por los que Stefan llega a meterse incluyen asesinatos, descuartizamientos, pases de artes marciales y hasta la disociación actor/personaje fuera del decorado. “Bandersnatch” juega también con la idea de mamushka -la película dentro de otra película-, al compás de una banda de sonido icónica en su ochentosidad, fluyendo entre Thompson Twins y Tangerine Dream.
Y entonces...
Brooker escribió “Bandersnatch” y le confió la dirección a David Slade, responsable de episodios de “American Gods” y “Hannibal”, entre otras series, y responsable también de una película tan mala como “Eclipse”, de la saga Crepúsculo. Slade dirigió “MetalHead”, aquel trepidante capítulo del perro robot de “Black Mirror”, citado más de una vez en “Bandersnatch” (atentos a los posters). La autorreferencialidad es una constante en la obra de Brooker.
La clave es determinar si el disfrute de “Bandersnatch” depende del truco interactivo o del enganche con la historia. En ese sentido, no es de las más creativas ni de las más logradas de “Black Mirror”.
Tal vez haya otra lectura que sí se ajuste a la idea más de una vez recorrida por Brooker. No sólo el concepto del tiempo como un mecanismo inexplicable, que se dobla sobre sí mismo y se expande a la vez. A “Black Mirror” le encanta subrayar que el tiempo no pasa; los que pasamos somos nosotros. Más allá de esto subyace la cuestión del poder y por ahí ronda la definición de Colin en el comienzo. Quiénes y qué somos. Hasta qué punto nos engañamos, divertidos hasta morir. Como esos viajeros que creen haber descubierto un rincón secreto del mundo por el que, en realidad, circulan millones de turistas. Puede que en “Bandersnatch” se transmita la sensación de que el usuario va eligiendo el rumbo de la película, cuando es al revés. Tal como sucede con Google o con las redes sociales, destaca Brooker en un intertexto más que visible, no somos nosotros los que controlamos a Netflix, sino que Netflix nos controla a nosotros.